jueves, enero 19, 2012

De cómo las alegrías también se comparten.

Este receso de escribir no se debió a cuestiones ajenas a mí. Yo lo quise así. Mi propósito del mes anterior fue escribir al menos cinco veces a la semana una entrada. Decidí descansar un poco, pero estoy de vuelta.

Hoy fue uno de esos extraños días donde amaneces y parece que será un día monótono, más o menos aburrido.

La mañana completa lo presagió. Sin embargo, tenía muy buen tiempo sin ver a Tony, un muy buen amigo. No lo veía desde finales del año pasado. Le llamé y me comentó que él también me estaba a punto de llamar. Fuimos al banco y de ahí a comer.

Me invitó a su oficina y estuvimos conversando por prácticamente cinco horas. El tiempo se fue volando.

Lo que más me llamó la atención de nuestra conversación es que el 90% estuvo concentrada en proyectos que cada uno traemos entre manos: él acaba de entrar a un nuevo trabajo y está muy ilusionado. Yo, en mi negocio y en mis clases, voy muy bien; sin dejar de mencionar que mi sobrina ha traído un empujón de ánimo a todos muy bueno.

Muchas veces buscamos a los amigos para llorar nuestras penas, y es muy sano: ahí se nota la verdadera amistad. Pero no es la única dimensión: también las alegrías lo son.

No es necesario ir a festejar los sucesos para disfrutar una buena conversación: fue suficiente con unas Gorditas de Doña Tota y una plática de cubículo nuevo.

Eso no quiere decir que no festejemos, y lo haremos en cuanto pueda, pero las alegrías no se esperan a ser festejadas.

Imagen: Jugador de Cartas - Paul Cézanne (1839 - 1906)

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